El América nació para ser amado. El América nació para ser odiado. Es una contradicción y, aunque no lo parezca, cada parte complementa a la otra; lo que sí podemos afirmar es una cosa: el América no nació siendo un grande.
Sé que es una declaración polémica, pero siendo honestos, sus primeros años no fueron enteramente de gloria, más bien eran inestables: Por un lado, fueron el primer equipo mexicano en jugar fuera de México, y por otro, comenzaban a tambalear en el balompié, siendo casi un equipo de relleno.
Pero no hay que perdernos, el equipo nació para enamorar y triunfar, ¿por qué más un grupo de jóvenes podían reunirse para conformar un plantel? Fueron espectaculares, fuertes y valientes, se ganaron el cariño de la gente, uno que se fortaleció cuando se convirtieron en la base de la Selección Mexicana en los Juegos Olímpicos de 1928 y la primera Copa Mundial, en 1930.
Pero los años malos llegaron, las águilas comenzaron a perder el brillo, el sabor; el equipo estaba muriendo. La crisis estaba en su punto más alto, pero cuando el tigre llegó al nido, las cosas cambiaron; Azcárraga terminó de formar a los azulcremas que conocemos hoy. Podemos decir que el primer América murió, y uno nuevo nació.
La idea era clara: si el Guadalajara funciona como el bueno del cuento, alineando solo a mexicanos, nosotros tomaremos el lado opuesto, seremos al que todos quieran vencer, el invitado incómodo, con base en los mejores extranjeros volaremos a lo más alto y nadie nos moverá de ahí.
Y no le tomó mucho. Se volvió un equipo diferente, uno espectacular, dinámico. En sus filas tuvo al que fue considerado como el mejor extranjero que pudo llegar a la liga mexicana, Carlos Reynoso, y junto a él, al ídolo del chavo del ocho: Enrique Borja.
El América fue así el héroe de los niños, pero la amenaza constante de los equipos que querían llevarse el campeonato. Las demás plantillas parecían tener crédito limitado, mientras los de Coapa podrían despilfarrar por montones.
Los escándalos también llegaron, entre penales no marcados, partidos supuestamente amañados, trofeos que para muchos no tendrían que contar y como su televisora tenía una fuerte influencia en la Selección Nacional, los aficionados fueron generando una aversión al conjunto azulcrema, aunado al rencor de ver como constantemente el equipo favorito de muchos perdía con los de siempre.
El PRODE 85 es el título más polémico del América, para muchos no debería contar como campeonato oficial, sin embargo Rafael Castillo, entonces dirigente de la Federación Mexicana de Futbol, declaró que en primera instancia no podían otorgar la estrella ya que no contaban con autorización de la FIFA, cuando la organización dio luz verde, los azulcremas pudieron añadir la diana al escudo.
Y así podríamos continuar, enumerando polémica tras polémica, error tras error, goleada tras goleada, pero si le preguntamos a los aficionados de las águilas la verdad es una: El América es el más grande.
¿Y qué argumento podemos decir para refutar? ¿Quién es el que más ligas tiene? El América, ¿Quién es el que más títulos de la CONCACAF tiene? El América, ¿Qué equipo siempre está peleando en instancias finales por el campeonato? El América, ¿Quién tiene la casa de la Selección Mexicana? El América, ¿Cuál es el equipo que siempre da de qué hablar? El América.
Sus aficionados lo saben, adoptan la identidad como suya, se sienten los villanos del futbol, presumen sus 13 coronas a los cuatro vientos y no dudan en invitar a más personas a sus filas.
Por ello es el más querido y odiado, con datos de Consulta Mitofsky podemos ver que está en la punta de ambos rubros. Tal vez no tenga que ser uno solo, tal vez su grandeza se base en estar en los dos frentes. Tratar de encasillarlo en uno solo podría ser demeritar toda su historia, todos sus logros y al mismo tiempo todos sus descalabros. Tal vez no deberíamos de hacerlo, tal vez solo deberíamos de disfrutar del sabor que el América llegó a darle al futbol mexicano.